Continúo dónde lo dejamos al salir del palacio de verano.
Luego de un poco de descanso en el hotel, fuimos a cenar, eso sí en taxi, el tío no nos puso ninguna pega y cuando llegamos al restaurante, el muy estafador nos cobra 30 yuanes, a ojo claro porque no había bajado la bandera, y seguramente era más del doble del precio normal, porque en Pekín el taxi es más barato que en Shanghái, aquí la bajada de bandera son 12 yuanes y en Pekín son 10. En Shanghái por 30 yuanes te recorres más de media ciudad y el restaurante estaba bastante cerca. La verdad, no es por el dinero, pues 30 yuanes son 3 euros, pero que te tomen el pelo, sienta fatal.
Fuimos a cenar lo típico de Pekín, el “hot pot” ya os he hablado de él, te sirven en la mesa una especie de fondue con agua (en lugar de aceite) con unas hierbas y ajos y tú eliges la comida que quieras y la vas metiendo y comiendo a medida que se va cocinando, aquí los pots eran individuales, mejor porque yo soy más de pescado y Alejandro más de carne. No está mal pero donde esté nuestro cocido…
(En la foto los pots con las salsas y en la de abajo algunas de las cosas que pedimos, los tubitos son lonchas de carne cortada como embutido y lo ponen en rollitos, yo pedí langostinos, y lo otro son los vegetales, verdura y setas)
De vuelta al hotel, la tortura de los taxis otra vez, no paraba ninguno, nos paró un coche normal, evidentemente ilegal y nos dice que nos lleva por 30 yuanes por barba, el doble que a la ida, que ya había sido una estafa y para rematar la faena aparece en ese momento un tuc-tuc que nos lleva a los dos por 30 yuanes. Yo muerta de la risa, porque o te lo tomas con humor o te da algo. Al final fuimos en el tuc-tuc pues no nos íbamos a quedar allí toda la noche.(Foto del tuc-tuc)
Al día siguiente rumbo a la Ciudad Prohibida, por supuesto en metro para no calentar los ánimos tan de mañana. Llegamos y debía de haber 200 excursiones de chinos agrupados por colores de gorra allí fuera, cada grupo alrededor de un tío con banderita, que es su guía. Hicimos de tripas corazón y nos adentramos en el monumento. Una vez en el patio de entrada, en el que caben varios campos de fútbol, habría 500 excursiones más, también agrupadas por colores, más los que no éramos de ninguna excursión, que éramos minoría. Total, ciento y la madre.
Llegamos a las taquillas y después de 40 minutos de cola y ya con las entradas en la mano nos adentramos en la marabunta de chinos y como allá donde fueres haz lo que vieres, pues a empujón limpio conseguimos entrar en el palacio.
(En la foto el lugar previo a los empujones, en el sitio de los empujones guardé la cámara y saqué los codos)
(A partir de ahora son las fotos del interior del monumento, es sencillamente impresionante)
Esta vez desembocas en un patio mucho más grande que el anterior y realmente espectacular, esta gente no tenía medida, no se para que querían tanto espacio.
Y así toda la parte exterior, una sucesión de patios y edificios por todos lados, que habían sido la parte pública del palacio, hasta llegar a la parte del patio interior que era la parte privada del emperador y su familia.
Como el número nueve era el favorito de los emperadores, el palacio tiene 9.999 habitaciones, por supuesto sólo vimos una pequeña parte, pero para mí suficiente, porque después de la décima ya son todas iguales y francamente te cansas de tanto empujar. Porque muchas estancias están protegidas con cristales y los chinos no son como nosotros, a empujón limpio es cómo puedes ver algo.
De vuelta al hotel, en taxi y sin incidencias (los milagros existen) decidimos pasar por el mercado de la seda, que es el Fake market de Pekín, es muy similar al de Shanghai , pero con muchos más turistas, de hecho fuera debían haber 20 autobuses. Si acaso tiene más ropa que el de aquí, pero el resto es igual, te ven y dicen “mila, mila”, eso sí, armados con su calculadora, por si las moscas. Sólo compramos un par de polos para los niños y de vuelta al hotel a por las maletas para ir al aeropuerto. (Foto del mercado con los buses fuera)
Fuera, aparte de los autobuses, había dos taxis, el primero directamente nos dice que no nos lleva (el hotel estaba a 1 Km, como mucho) y el segundo que nos cobra 40 por barba, o sea 80. Intentamos negociar y le decimos que si nos lleva al hotel, luego puede llevarnos al aeropuerto y con todo el descaro dice que si, pero que son 100 más por cada uno sea, 200 más, total 240. Un taxi normal al aeropuerto no llega ni a 100 yuanes y al hotel 10. Después de un tira y afloja conseguimos que nos lleve al hotel por 50, pero al aeropuerto ni de coña. En el hotel nos llamaron a un taxi y llegamos al aeropuerto pagando lo correcto.
En mi vida me había pasado algo así, bueno si, en Estambul si y varias veces pero nunca en el mismo viaje tantas veces, los taxistas turcos son unos estafadores pero no se niegan a llevarte y pretenden estafarte al final, no desde el principio. Además en Estambul ya sabemos el truco, no coger nunca un taxi en una parada, están a la caza del turista, siempre pararlos andando. Aunque eso sí, allí te juegas la vida siempre, conducen peor que aquí.
Estas son algunas fotos de la ciudad prohibida, de verdad impresionante.
En todos los aleros del palacio unas figuras en número impar lo protejen de la lluvia, aqui son nueve, el número del empeador.
Así que los taxistas en Beijing no son los pelas: son os Yuanes. :-))
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